El objetivo último de la IA, lograr que una máquina tenga una inteligencia de tipo general similar a la humana, es uno de los objetivos más ambiciosos que se ha planteado la ciencia. Por su dificultad, es comparable a otros grandes objetivos científicos como explicar el origen de la vida, el origen del universo o conocer la estructura de la materia. A lo largo de los últimos siglos, este afán por construir máquinas inteligentes nos ha conducido a inventar modelos o metáforas del cerebro humano.
Hay dilemas éticos que los desarrolladores de software deben tener en cuenta a la hora de diseñarlo. Por ejemplo, un vehículo autónomo podría decidir atropellar a un peatón para evitar una colisión que podría causar daños a sus ocupantes. Equipar las empresas con sistemas avanzados de IA para hacer la gestión y la producción más eficientes requerirá menos empleados humanos y generará más paro. Estos dilemas éticos hacen que muchos expertos en IA señalen la necesidad de regular su desarrollo. En algunos casos se debería incluso de prohibir el uso de la IA. Un ejemplo claro son las armas autónomas.
Pero, además de regular, es imprescindible educar a los ciudadanos sobre los riesgos de las tecnologías inteligentes, dotándolos de las competencias necesarias para controlarla en lugar de ser controlados por ella. Necesitamos futuros ciudadanos mucho más informados, con más capacidad para evaluar los riesgos tecnológicos, con más sentido crítico y dispuestos a hacer valer sus derechos. Este proceso de formación debe comenzar en la escuela y tener
continuación en la universidad. En particular es necesario que los estudiantes de ciencia o ingeniería reciban una formación ética que les permita comprender mejor las implicaciones sociales de las tecnologías que muy probablemente desarrollarán. Solo si invertimos en educación lograremos una sociedad que pueda aprovechar las ventajas de las tecnologías inteligentes minimizando los riesgos. La IA tiene sin duda un extraordinario potencial para
beneficiar a la sociedad siempre y cuando hagamos un uso adecuado y prudente. Es fundamental aumentar la conciencia de las limitaciones de la IA, así como actuar de forma colectiva para garantizar que la IA se utilice en beneficio del bien común con seguridad, fiabilidad y responsabilidad.
El camino hacia la IA realmente inteligente seguirá siendo largo y difícil, al fin y al cabo, la IA tiene apenas sesenta años y, como diría Carl Sagan, sesenta años son un brevísimo momento en la escala cósmica del tiempo. Debemos acompañar su evolución y participar activamente en la discusión sobre su evolución, sus utilidades, su impacto sobre la economía y el trabajo, así como sobre la educación y la realimentación sobre el avance tecnológico.